11 mayo 2012

Adolescentes...

"Otra vez la misma historia. Otra discusión y otra semana sin hablar. Así es mi vida con mi madre. Siempre tratándome como a una niña indefensa, su niñita que no sabe lo que es andar por la vida. Cómo si ella lo supiera. Nunca me entenderá; viene de una época prehistórica donde todo es maravilloso y encuentras una vía de escape en cada esquina. Nadie me comprende y mi madre no hace ni el esfuerzo por intentarlo. Si supiera lo que es sufrir... lo que es llorar... lo que es ver tus ilusiones rotas a milímetros de conseguirlas..."

Esas fueron las últimas palabras que pensé antes de encontrar a mi otra madre.
Todo empezó una tarde de otoño. Después de la pelea me encerré en la azotea para evitar cruzarme con ella hasta, como mínimo, la cena. Y allí, dándole patadas a todo lo que encontraba a  mi alrededor, descubrí algo que me cambiaría un poco la vida: un baúl.
Impulsada por una sensación que desconozco (como muchas otras), me acerqué, lo abrí y me dispuse a indagar en él. Tardé más bien poco en encontrar algo que me resultara interesante. Se trataba de un viejo libro, forrado de terciopelo color vino, o eso parecía. Siguiendo esa sensación impertinente, que no me dejaba ni por activa ni pasiva, le quite el polvo y dejé a la vista unas frases:

" Si quieres volar por mundos mejores no cierres los ojos, solamente ábrelos bien y ve la realidad, aprende aceptar y a gozar de ella. Deja que tus ojos absorban mundos nuevos para crear uno en su interior, cada día mejor."

Tal fue mi sorpresa al ver la firma que no dude ni un segundo en pasar página y seguir leyendo. Con cada línea, mi asombro y mi curiosidad aumentaban. No podía creer que aquellas palabras fueran suyas. Describían exactamente cómo me había sentido y como me sentía... No daba crédito al logro de encontrar las palabras exactas para cada sentimiento.
Y mientras seguía inmersa en aquellos textos descubrí que me emocionaba, que la pena, la comprensión y la culpabilidad inundaban mi ser. La vida de mi madre no parecía haber sido tan fácil:

"Hoy la muerte se reflejó en mis ojos, me enseño mi propia desgracia y me invitó a ir con ella a una fiesta de gala. Pensé en aceptar y noté que mi alma se teñía de rojo. Los gritos de dolor resonaron en mi cabeza como campanadas anunciando mi sentencia. Pero el recuerdo apareció en mi corazón igual que un triste alarido.
Abrí los ojos, y allí estaba yo, sin haber sido un sueño, sumergida en la oscuridad del sufrimiento, callando sentimientos, ahogando gritos en lágrimas, pidiendo soledad para la eternidad..."

Unas horas más tarde, cuando ya había agotado todas las lágrimas, salí de la azotea al encuentro de mi madre. No me fue necesario buscar demasiado. Se había sentado en las escaleras, armada de toda la paciencia del mundo, a la espera de que me dignara a bajar de allí arriba para poder hablar.
La emoción supero a mi orgullo y me abalance sobre ella, abrazándola como nunca antes lo había hecho. Ella me lo devolvió con energía y ternura, y tras unos segundos de silencio y tranquilidad me dijo: " la vida no es fácil para nadie y te entiendo perfectamente, solo quiero evitar que cometas los mismos errores que yo."
Ese día entendí que, pese a todo, las madres nos comprenden y la vida, ya bien sea en esta o en otra época, sigue unas pautas de aprendizaje. Todos sufrimos y todos reímos, porque, al fin y al cabo, todos sentimos.
Pero la adolescencia pasa factura y muchas veces aún tengo la sensación de que soy una incomprendida, pero ya no discuto con mi madre, ahora pienso, que sus motivos tendrá para decirme lo que me dice o actuar como actúa.

rbk